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EVANGÉLICOS EN CHILE DEL 2020: ¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANO?

Comentarios al artículo del Dr. Joanildo Burity “El pueblo evangélico, construcción hegemónica, disputas minoritarias y reacción conservadora”, por la Dra. Evguenia Fediakova

Artículo de la Dra. Evguenia Fediakova

  • La lectura del artículo del Dr. Joanildo Burity  que con toda hace pensar que con toda la diversidad de contextos y las particularidades teológicas, políticas y sociales que diferencian a los “pueblos evangélicos”  en distintos países de América Latina, no podemos descartar que sí existen ciertas tendencias comunes entre los movimientos evangélico-pentecostales de Brasil, México, Colombia, Argentina, Chile. Al igual se puede observar que durante los últimos 10 años en distintos contextos nacionales, bajo circunstancias sociopolíticas diferentes emerge una especie de “despertar” político de un evangelicalismo conservador que, en alianza con los católicos y laicos conservadores, partidos políticos de derecha logra incidir en la agenda político-jurídica en sus respectivos países y trata de expandir su supuesto monopolio a la “verdad moral absoluta” a todos los niveles de la sociedad.  No es casual que en el mundo político, académico y mediático latinoamericano tanto creció el interés a esta minoría confesional, a su identidad cultural y estructuras organizacionales. Y no es casual que la llegada de J. Bolsonaro a la presidencia en Brasil, apoyada por cierto sector de evangélicos no solamente llamó mucho la atención por parte de sus correligionarios chilenos, sino que también dio lugar a algunos intentos de imitar y ojalá repetir la experiencia brasileña. En estas páginas nos vamos a referir a algunos aspectos y particularidades de relaciones entre los evangélicos, sociedad y política en Chile, y los debates político-teológicos sobre el cristianismo que se desarrollan.

 

  •  Desde el regreso de la democracia (1990), el mundo evangélico y pentecostal chileno ha experimentado importantes transformaciones bajo la influencia de al menos tres tendencias. Por una parte, ha vivido el proceso de mea culpa por su silencio que ha mantenido la mayoría de las iglesias sobre las violaciones de derechos humanos durante la dictadura militar. Por otra, al igual que la sociedad chilena en general, crecieron significativamente los niveles socio-económico y educacional de los evangélicos. Y tercera,  la más importante: aumentó, se expandió y se profundizó la tendencia de cada vez mayor pluralización, fragmentación, individualización y desinstitucionalización de iglesias, formas de creencias y de maneras de expresar la religiosidad de cada creyente. Por su parte, tales procesos determinaron el surgimiento de dos fenómenos, importantes para el análisis del comportamiento político-social de los evangélicos. Primero, la formación de un gran debate sobre qué significa ser un verdadero cristiano. Segundo, la imposibilidad de hacer todo tipo de generalizaciones en los estudios sobre los evangélicos. Tal como sostiene en su artículo el Dr. J. Burity, “la identidad evangélica es intotalizable” (p.12).

 

  •   Históricamente, los pentecostales chilenos (la mayoría de los evangélicos) se mantenían “fuera de la sociedad”, siendo uno de los sectores más pobres, discriminados e invisibles del país. Considerando al mundo político como como falso, corrupto, pecaminoso que amenazaba con “contaminar” con su amoralidad a los “verdaderos cristianos”, sostenían posturas apolíticas y antipolíticas, escondidos en su propio “refugio”. Por su parte, la sociedad chilena no quería “ver” a los pentecostales, discriminándolos, y éstos rechazaban a la sociedad, discriminando y condenando desde su escondite a los “chilenos mundanos”.

 

  •  Esta situación cambió después del golpe del 1973. Inesperadamente, un importante sector de pastores evangélicos y pentecostales en su carta a Pinochet de 1974 expresaba su gratitud por “haber salvado a Chile del comunismo” y declaraba su apoyo al régimen militar. Dado que la Iglesia Católica se alejó de la dictadura, este segmento evangélico, liderado por el Consejo de Pastores, ocupó el vacío de legitimación, lo que le permitió por primera vez recibir la visibilidad en el espacio público y ser escuchado por el gobierno para reclamar los mismos derechos y estatus que tenía la Iglesia Católica.

 

  •  Sin embargo, hay que considerar que el golpe militar dividió profundamente al mundo evangélico, al igual que a todas la sociedad chilena. Por un lado, el sector más conservador sobre los casos de tortura y detenidos desaparecidos y sostenía que el deber cristiano consistía, en primer lugar, en evangelizar y salvar las almas, pero no en el actuar político para salvar las vidas. Por el otro el sector de iglesias evangélicas y organizaciones ecuménicas, contraponía su postura “profética” (F. Kamsteeg, 1998), cuyas prioridades era la acción social y ayuda al próximo a través de implementación de programas de asistencia económica y protección de derechos humanos (J. Sepúlveda, 1999).

 

  •   Paradójicamente, el apoyo explícito que prestó el Consejo de Pastores al gobierno miliar, le permitió a todo el mundo evangélico a ganar su lugar en el espacio público, y las iglesias evangélicas y pentecostales lograron su objetivo común – obtener el mismo estatus jurídico que poseía el catolicismo. Lo lograron en 1999, cuando fue aprobada la Ley de libertad de culto que permitía a las iglesias evangélicas obtener la personalidad jurídica de derecho público. Otra señal del reconocimiento del hecho de que el estatus político de evangélicos estaba en aumento, ha sido la declaración del 31 de octubre como el Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes a partir del 2008.

 

  •  Al mismo tiempo, el mayor reconocimiento y la aumentada presencia en el espacio público hacían crecer también las ambiciones políticas de varios líderes evangélicos. A principios de los 90, algunos de ellos expresaban que en el mundo político actual existía un nicho para representar y defender los intereses evangélicos. Para llenar este “vacío”, se insistía en la necesidad de “cambiar nuestra mentalidad”, “pensar que sí podemos participar activamente en los comicios electorales, además de mero voto” y llegar al parlamento con varios diputados y senadores, como sucede en Brasil, tal como lo sostenía Revista Evangélica en 1993 (E. Fediakova, 2004).

 

  •  Estas ambiciones provocaron varios signos de “cambio de mentalidad”, que iban desde intentos de formar su propio partido político confesional (siguiendo ejemplos de Brasil y Perú), hasta lanzamientos de candidatos evangélicos en elecciones presidenciales. Así ocurrió en 1995, cuando la Alianza Nacional Cristiana (ANC) fue declarada como el partido político evangélico, cuyo objetivo principal consistía en lograr la aprobación de la Ley de Libertad religiosa. Sin embargo, en las elecciones municipales y parlamentarias la ANC no actuó como un partido político autónomo, presentando sus candidaturas en alianza con la Renovación Nacional, partido centroderecha[1]. En 1999 la ANC trató de presentar al pastor Salvador Pino como candidato presidencial evangélico, pero, tras darse cuenta de la inviabilidad de esta candidatura[2], transfirió su apoyo al candidato de derecha Joaquín Lavín.

 

  •  Estas experiencias políticas fallidas han demostrado que el mundo evangélico estaba demasiado dividido para formar un partido confesional que represente la totalidad de corrientes e iglesias que componían esta minoría religiosa. El individualismo y ambiciones personalistas de pastores y candidatos laicos han sido otro obstáculo para la unidad evangélica y su transformación en un actor político autónomo y consolidado. La misma diversidad de iglesias les dificultaba obtener un liderazgo único y confeccionar un programa consensuado. La aprobación de la Ley de Libertad de culto en 1999 le quitaba la razón de ser a la existencia de la ANC y al mismo tiempo dejaba de ser la única fuente para la unificación de evangélicos. Por otra parte, en aquella década, la particularidad del sistema político chileno, con partidos sólidos y con larga trayectoria histórica, no dejaba espacio para la formación de nuevas referencias políticas que no tenían experiencia ni reconocimiento. Finalmente, los candidatos evangélicos en campañas electorales de todos niveles fracasaron en convencer a la opinión  pública chilena de que tuviesen un amplio proyecto nacional que superase las fronteras confesionales, y actuaban defendiendo sólo sus limitados intereses corporativos (J.P. Bastián, 1994, 1997; E. Cleary y J. Sepúlveda, 1998). Desde la aprobación de la anhelada Ley, el mundo evangélico seguía siendo muy dividido, sin tener líderes generalmente legitimados y, en lo fundamental, sin capacidad de formar un polo, una idea, un proyecto comunes. Sin embargo, se puede decir que durante la década postautoritaria los evangélicos de un grupo discriminado e invisible, lograron consolidarse como un actor político-social presente y se transformaron en una ciudadanía cultural que tenía su propia voz y clara conciencia de sus derechos.

 

  •  Todo cambió, cuando en la agenda nacional irrumpió un nuevo factor que sí pudo dar impulso a la eventual unidad evangélica: el debate valórico. En 2004 se aprueba la Ley de divorcio. A partir de esta fecha crece la polémica sobre los cambios en la legislación chilena en cuanto a la aprobación de derecho a matrimonio para las personas del mismo sexo, la despenalización de aborto, derechos de la comunidad LGBT, entre otros. Esta “liberalización” legislativa no solamente dio lugar a una mayor consolidación del mundo evangélico en contra del “enemigo común” de “amoralidad”, sino que también provocó la inédita en los últimos 15 años politización de los sectores evangélicos más conservadores, especialmente pentecostales y neopentecostales, y su acercamiento a los actores políticos católicos y seculares de derecha más radical.

 

  •  Cabe mencionar que el “debate ético” dividió a todo el mundo cristiano nacional, tanto católico como evangélico. Pero, como hemos dicho, el último por fin encontró una causa común para actuar en conjunto – luchar en contra de las nuevas leyes, “incompatibles” con el imperativo de ser “verdadero cristiano” y acabar con la “crisis moral” desatada en el país. De ahí surgió la nueva posibilidad de construir su identidad política propia, elaborar el programa del conservadurismo cristiano y, posiblemente, formar nuevos referentes políticos, que sean distintos a los partidos tradicionales. Este contexto hace recordar el escenario político de Estados Unidos del 1979, cuando los líderes del fundamentalismo protestante diagnostican una “profunda crisis moral” que padecía el país y rompen con su apoliticismo para formar el movimiento político Mayoría Moral. El líder del movimiento, el pastor Jerry Falwell, la convierte en la piedra angular de la formación más amplia, Derecha Cristiana, el ala más dinámica y radical del Partido Republicano. Considerando la influencia que tiene en los evangélicos nacionales la teología pentecostal estadounidense y la similitud de diagnóstico que hacen los evangélicos conservadores a la situación moral en Chile, surge la pregunta: ¿existe la posibilidad de que en el país se forme una Derecha Cristiana semejante?

 

  •  La agenda valórica tuvo repercusiones en la configuración de las agrupaciones políticas chilenas y en el proceso de pluralización del sistema partidista. Si bien este fenómeno ha tenido lugar especialmente durante los últimos años, su máxima expresión alcanzó en la campaña presidencial del 2017. Para este proceso eleccionario, los evangélicos intentaron formar al menos cuatro partidos políticos: Nuevo Tiempo en el Norte del país, Partido Cristiano Ciudadano y Unidos en la Fe en Santiago, y Partido Unidad Cristiana Nacional en el Sur, con las intenciones de presentar la candidatura presidencial cada uno. Ninguno de estos proyectos electorales prosperó y las agrupaciones políticas evangélicas no lograron registrarse. Paralelamente, se levantaron más de veinte candidaturas evangélicas al Congreso Nacional y una precandidatura presidencial, todas con programas valóricamente conservadores.

 

  •   Como ya mencionamos, se observó un creciente acercamiento entre el conservadurismo evangélico[3], los políticos de derecha con espíritu católico como la UDI y el ala conservadora de la DC, a base de una fuerte agenda valórica tradicional. Así, durante la campaña del 2017 importantes grupos evangélicos prestaron su apoyo a los candidatos de grupos de derecha Franco Parisi, José Manuel Ossandón y José Antonio Kast, el último de la derecha más radical. Al igual como en la década de los 90, los candidatos evangélicos establecieron alianzas con partidos de derecha como Renovación Nacional y la UDI y consiguieron tres escaños en el parlamento, formando, siempre teniendo en mente la experiencia brasileña, la llamada “bancada evangélica”. Tras la aprobación de despenalización de aborto por tres causales, dicho sector se declaró “profundamente descontento” por la “agenda legislativa del Ejecutivo”, rechazando todos los cambios en la legislación en temas éticos. El Partido Republicano que últimamente trata de consolidar José Antonio Kast, aparte de partidarios laicos y católicos, tiene apoyo entre sectores conservadores evangélicos y pentecostales. De una manera semejante a la situación en Brasil, los evangélicos por primera vez en la historia de Chile pueden obtener la posibilidad de “posponer los cambios legislativos”, actuar a otro nivel de autoridad política e influir al debate público nacional (Dr. Burity, p.8-9).

 

  •    Hay otro factor que hace pensar sobre la semejanza que existe entre el programa de la Derecha Cristiana de Estados Unidos y el de sus correligionarios chilenos. Cabe considerar que en Chile cobran notoriedad varias organizaciones evangélicas que elaboran políticas pro Israel, bastante semejantes con los planteamientos de la Derecha Cristiana estadounidense. Son grupos y ONGs como Chile Cristiano, Amigos de Israel, Ebenézer Operación Éxodo, entre otros, cuyas características y liderazgo son mayoritariamente pentecostales y que en sus actividades exigen el mayor apoyo evangélico al estado de Israel y utilizan los símbolos y banderas israelíes. No existen todavía los estudios al respecto, pero investigar el caso de Chile requiere precisar algunos elementos centrales tanto de la cultura política del país como del mundo evangélico, que es donde se puede encontrar el cristianismo sionista. Este sector desarrolla la corriente teológica, tiene a los evangélicos de Estados Unidos como modelos a seguir y proporcionan el elemento pentecostal como espacio específico de conformación de posturas pro Israel (L. Aránguiz, 2018).

 

  •  Las coaliciones políticas entre los evangélicos conservadores y la derecha católica, el acercamiento entre las posturas de estos sectores con el conservadurismo de la UDI, parte de la DC y algunos grupos recientes de ultraderecha, junto con la activación de sectores pentecostales que desarrollan la teología sionista nos permite consolidar la idea de que en Chile se está formando un fenómeno que por sus motivos de actuar y agenda política puede ser comparable con la Derecha Cristiana en EE.UU. de los años 1980-1990. No es posible predecir, si estas coaliciones nacionales lleguen a tener el mismo peso y envergadura que tuvo el fundamentalismo político del pastor Jerry Falwell en Estados Unidos, pero creemos que es relevante y necesario investigarlas para profundizar el conocimiento sobre el abigarrado universo político-religioso de Chile, sus nexos regionales e internacionales y sus proyecciones para el futuro. En todo caso, el evangélicalismo conservador, pese a su mayor presencia en el espacio público y la coincidencia de su agenda político-valórica con la de derecha política, no puede ser considerado como el “centro irradiador de atributos de la identidad religiosa común” (p.12). Lo mismo se puede decir sobre cualquier sector del cristianismo no católico chileno.

 

  •   Hoy de día (mayo del 2020) la situación nacional es más compleja. El estallido social del 18 de octubre del 2019 demostró que las antiguas divisiones y conceptos políticos no funcionan ni para la sociedad chilena en general, ni para el análisis de los grupos religiosos en particular. Los términos “izquierda” y “derecha” quedaron insuficientes para explicar la envergadura de la crisis transversal desatada en el país, la dimensión de desigualdades sociales y la desinstitucionalización de todas las estructuras tradicionales: partidos políticos, iglesias, sindicatos, parlamento. La esencia fundamental de la explosión de octubre quedó expresada en una palabra poco usada por la ciencia política – Dignidad. Un concepto que resultó ser excluido del sistema económico neoliberal, haciendo volver las exigencias de justicia social.

  Esto nos lleva a analizar otros cambios que tienen lugar en el mundo evangélico chileno y que van más allá de la dicotomía “izquierda – derecha”.    

  •  Ya hemos mencionado que una de las principales transformaciones que han experimentado los evangélicos y pentecostales era el aumento notorio de su nivel educacional. Si hace décadas en el pentecostalismo chileno predominaba la aversión a la educación y la universidad fue denominada “el demonio”, ahora los pastores envían a sus hijos a realizar sus estudios universitarios y de postgrado en Chile y en extranjero. Un  40% de estudiantes evangélicos son la primera generación de universitarios en sus familias. Eso trae consecuencias importantes tanto para la vida interna de las iglesias, como para las formas, a través de las cuales nuevas generaciones evangélicas y pentecostales expresan su religiosidad.

 

  •  La entrada a la universidad constituye un choque duro para un joven religioso. En este mundo, diverso y pluralista, los evangélicos aprenden a hablar y debatir la realidad no solamente desde la perspectiva bíblica, sino que desde toda la diversidad de narrativas analíticas, ideológicas y filosóficas que existen en academia. Por lo tanto, a diferencia de sus padres y sus pastores, los jóvenes ya no tienen problemas para “traducir el lenguaje religioso” al lenguaje secular, lo que les ayuda a defender y explicar su identidad religiosa y sus proyectos de vida. Al mismo tiempo, la dinámica misma de la vida universitaria incentiva a los evangélicos a fortalecer su participación en la sociedad, expresar sus exigencias en las marchas estudiantiles (aunque no todos las apoyan), aprender a dialogar con otros actores sociales, políticos y religiosos. En el mundo universitario, participan en Centros de alumnos, en movimientos interdenominacionales y aprenden, que la sociedad fuera de la iglesia por la definición es “interdenominacional”. Creemos que en este sentido la universidad constituye para nuevas generaciones evangélicas una escuela de pluralismo, tolerancia, en definitiva, escuela de la democracia.

 

  •  Por otra parte, la aparición de primeras generaciones evangélicas “ilustradas” puede crear problemas dentro de las iglesias. Los universitarios evangélicos pueden expresar su insatisfacción por el clima paternalista que existe al interior de su comunidad, cuestionar el sistema de autoridad dentro de su institución religiosa, el rol de la mujer evangélica, el estilo de vida de su pastor y posibles problemas de probidad. A veces los cambios educacionales conllevan los cambios de las iglesias y posturas de pastores, pero muchas veces conducen a los conflictos, quiebres y expulsiones de los universitarios contestatarios de sus comunidades. Como hemos mencionado, la tercera gran tendencia en el desarrollo del mundo evangélico chileno es su creciente fragmentación, individualización y multiplicación de formas de expresar su religiosidad.

 

  •  El concepto mismo de “templo” comienza a cambiar de significado. Los muros, las estructuras sólidas están desafiados por otras formas de construir el espacio religioso: más blandas, más flexibles, estéticamente diferentes. El Templo permanece de pie, pero el espacio interno ya no basta, al igual como ya no es suficiente tener el lenguaje solo religioso. Las nuevas generaciones evangélicas buscan “rechazar” su religión, para renovar su fe y superar los límites que establecen los muros del edificio sagrado. La iglesia deja de ser la única forma de expresar la fe, y los evangélicos y pentecostales aumentan su participación en centros de estudios cristianos, las ONG, redes sociales, movimientos multiconfesionales y revistas electrónicas. Por ahora, en el proceso de constante multiplicación y diversificación de todas las instituciones tradicionales, el Templo sigue siendo principal concepto que identifica la identidad religiosa, pero ahora la Iglesia ya no es un edificio, sino que el mundo entero. Mejor dicho, el Creyente puede estar frente a Dios en cualquier parte. Sostenemos ya la ampliación del “Templo”, es decir, la idea de que para un cristiano cualquier espacio es religioso (Señor Omnipresente), determina la mayor apertura de los creyentes hacia el mundo externo, los incentiva a participar en la vida política y a trabajar para la sociedad, siendo cristiano, pero no evangelizador.

 

  •  Aquí regresamos a la pregunta ¿Qué significa ser un verdadero cristiano? ¿Es llevar el Evangelio a la mayor cantidad de almas posible, o lanzarse a la acción social, ayudando al prójimo en la vida real antes de entregarle la palabra de Dios?

 

  •  Muchos jóvenes se fueron de las iglesias, sin dejar de ser cristianos, considerando que símbolos y edificios religiosos ya no son necesarios. Profesan un cristianismo profundo, pero sin dogmas, sin ritos, sin distintivos clericales, sin dirección postal (el fenómeno llamado “cristianismo sin religión”). Para sus convicciones religiosas, es mucho más necesario estar en la calle, ayudando a los necesitados, que estar en la iglesia orando por ellos. Según un pastor pentecostal, los evangélicos no pueden “estar sentados en la iglesia, porque todos los problemas del mundo están afuera”. Como dijo uno de los cristianos “renovados”, “la iglesia no es importante, lo más importante es la comunidad”: es imposible evangelizar a la gente, si ésta tiene hambre. Esta conciencia social va muy afín con el espíritu y demandas del estallido social del 2019. Aparentemente, estas juventudes evangélicas fueron mucho más sensibles y comprensibles con las necesidades de la gente postergada y olvidada por el neoliberalismo chileno, que cualquier partido político, sea de izquierda, centro o de derecha.

 

  •  Claro que estas tendencias renovadoras son demasiado recientes y minoritarias para convertir a sus partidarios en actores sociales de mayor peso entre los propios evangélicos. Las iglesias tradicionales y sus agrupaciones siguen predominando en el mundo evangélico-pentecostal chileno, y son principales canales de diálogo entre el ámbito cristiano y el político-gubernamental. Sin embargo, creemos que el pentecostalismo tradicional que enfrentar el desafío de contestar la pregunta sobre la naturaleza del “verdadero cristianismo”, si quieren mantener su liderazgo, lograr una mayor aprobación por la opinión pública y conservar su estatus de una ciudadanía cultural, capaz de expresar y defender no solamente sus propias demandas, sino que las demandas de otras minorías (mujeres, indígenas, migrantes).    

 BibliografíaAránguiz Kahn L. (2018); Sionismo pentecostal como teología pública transnacional: el caso de apoyo de evangélicos chilenos al Estado de Israel, tesis de Magíster en Estudios Internacionales, Universidad de Santiago de ChileBastian, J.P. (1994): Protestantismo y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas activas en América Latina, Fondo de Cultura Económica, México----------- (1997): La mutación religiosa en América Latina. Para una sociología de cambio social en la modernidad periférica, Fondo de Cultura Económica, MéxicoBravo F. (2020): Fe en su tránsito Evangélicos chilenos en los tiempos de la desinstitucionalización, CEEP Ediciones, ConcepciónCleary E., Sepúlveda J. (1998): “Chilean Pentecostalism: Coming of Age”, en: Cleary E., H.Stewart-Gambino Eds., Power, Politics and Pentecostalism in Latin America, Boudler, Wextview Press, pp. 97-122Fediakova E. (2004): “Somos parte de esta sociedad: Evangélicos y política en el Chile post autoritario”, Política, Vol.43, pp, 253-284, Universidad de ChileFediakova E. (2014): “Ficar menos no templo e mais na rua: transformação do espaço evangélico chileno, 1990-2012”, Estudos Ibero-Americanos (índice ISI), Universidad Católica de Río Grande do Sol, Puerto Alegre, Brasil, Vol.40, N 2, pp. 240-257 Kamsteeg F., (1998): Prophetic Pentecostalism in Chile: A Case Study on Religion and Development Policy, The Scarecrow Press Inc., Lanham, Mariland, USASepúlveda J. (1999): De peregrinos a ciudadanos. Breve historia del cristianismo evangélico en Chile, Fundación Conrad Adenauer, FET, Santiago [1] Los candidatos de otras corrientes evangélicas actuaban de manera igual, presentándose como candidatos de partidos políticos consolidados, como la Democracia Cristiana, el Partido Socialista o la Unión Demócrata Independiente (derecha).[2] El pastor S. Pino no pudo recoger la cantidad de firmas suficiente para presentarse como candidato a la presidencia, demostrando que esta postulación no estaba legitimada ni por los mismos evangélicos.[3] Evitamos usar el término “fundamentalistas”, pues en Estados Unidos los fundamentalistas fundadores de la Mayoría Moral se autodenominaban así, mientras que en Chile la utilización de esta palabra en muchas ocasiones no es neutral y tiene carácter de condena.