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Columna de opinión de la profesora y coordinadora del Diplomado Teoría, metodología y enseñanza de la historia reciente

Internet y la “democratización” del conocimiento

  

  • A mediados de la década de 1990, conceptos como sociedad del conocimiento y era de la información, ganaron popularidad en las ciencias sociales. La democratización del acceso, ejemplificado en la proliferación de publicaciones digitalizadas y en la masificación a gran escala de internet, parecieron ser el punto cúlmine de este fenómeno social y mediático.

 

  • Unas décadas más tarde, y ante el actual contexto de confinamiento selectivo y de teletrabajo, una serie de interrogantes plantean dudas respecto a esa mirada tan celebratoria con la que cerramos el siglo XX y abrimos el siguiente. Las realidades latinoamericanas, en las que conviven áreas modernizadas de la economía con amplios mercados de trabajo informal, vuelven a abrir una discusión, para nada novedosa, sobre las contradicciones sociales y materiales que están a la base de los procesos educativos.

 

  • La falta de una discusión amplia sobre el sentido y los fines de la educación, sumado al énfasis permanente en la entrega y transmisión de conocimientos, han profundizado las brechas del capital cultural, ahora en un formato digital. Solemos pensar que todas las respuestas se encuentran fácilmente disponibles en la red, sin embargo, ¿qué importancia asignamos a la formulación de una interrogante?, ¿de qué modo aprendemos y enseñamos a preguntar?, ¿cómo recibimos (y reproducimos) la multiplicidad de contenidos? Más aún, y desde mi posición como historiadora y profesora, ¿qué acciones generamos para incentivar la curiosidad y formar la imaginación histórica y social en un marco donde el consumo de los medios tecnológicos promueve el presentismo y la inmediatez del conocimiento?

 

  • Por cierto, no se trata de negar las potencialidades que genera la tecnología entendida como un recurso y soporte –y no como un fin en sí mismo- en el desarrollo educativo. Se trata, más bien, de comprender las discusiones políticas que están siempre entretejidas con una concepción de alfabetización (llámese digital o presencial) que se sustente en procesos colectivos de construcción del conocimiento.

 

  • Y quizás sea este, precisamente, uno de los aspectos positivos que permite reflexionar el actual contexto. Que no es suficiente tener a disposición todos los medios tecnológicos para generar mayores niveles de aprendizaje y/o para elaborar una “buena” clase. Que el acto educativo, en tanto cotidiano y permanente, se sostiene sólo en la interacción con otros seres humanos. Que esa potencialidad se vuelve aún más rica cuando reflexionamos y nos preguntamos con esos “otros/as” por el mundo en el que vivimos y en el que esperamos vivir. Cuando nos damos cuenta de que la alfabetización excede los apuntes, los libros o las notas que obtenemos y la comprendemos, por el contrario, como un espacio de realización subjetiva y socialización colectiva. Cuando, por fin, pensamos que la educación atañe al sentido más profundo de lo público y de lo político que una sociedad puede generar y transformar. Y para ello, claro está, no basta con participar activamente de las “redes sociales”, con acceder a computadores más inteligentes o con tener disposición a una mayor cantidad de gigas de internet. Para ello es necesario resituar el sentido biográfico y social que genera la educación entendida como un espacio vital de construcción ciudadana y emancipatoria.